La revolución comienza en España. La anarquía siempre acaba en tiranía


 El abortado -esperemos- intento de asalto okupa al Palacio Real por parte de los antisistema refleja el estado de ánimo en el que vive España, que no es otra cosa que el estado de ánimo del Estado de la Nación española.
Lo difícil es definir cuál es la ideología que anima a grupos como el de los afectados por la hipoteca, lo que queda del 15-M o la actitud de ciertas fuerzas políticas parlamentarias. Lo más cómodo es definirlo como grupos anárquicos, porque lo de la izquierda recalcitrante a lo mejor se queda corto, cuando vemos que uno de los más vocingleros protestantes es Jorge Verstrynge, un personaje que procede del fascismo y que se convirtió en un burgués con sitio en el Parlamento.
Pero es verdad que todo este magma de protestas sociales recuerda el funcionamiento y el carácter indefinido y violento de los grupos ácratas. Por cierto, donde más lejos llegó el anarquismo fue en España, especialmente durante la II República.
En cualquier caso, lo que está ocurriendo en España es difícil de definir bajo otro término que el de acracia. En primer lugar por su carácter destructivo: no propone mucho pero apostata de todo.

En ningún sitio como en Chesterton he visto tan rigurosamente definida la anarquía y sus diferencias con la rebelión. Por ejemplo, dice el pensador británico: “La rebelión nunca es anarquía, cuando no es defensa es usurpación”. Además, los “rebeldes necesitan organizarse y la disciplina del Ejército rebelde tiene que ser tan eficaz como la del Ejército del Rey”.
Ahora piensen en esa monumental estafa en la que se ha convertido la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Dice Chesterton: “la anarquía es algo completamente distinto de las rebeliones justas o injustas... el rebelde trata de derribar al Gobierno porque es un mal gobierno, no porque sea gobierno”. Es decir, no estoy pensando en el aprovechado Rubalcaba sino en Ada Colau (en la imagen) o en los pancarteros profesionales y ligeramente amargados. No son movimientos que presentan una alternativa: sólo quieren acabar con lo que hay... o con el prójimo.
Y, lo que es más importante, lo que caracteriza al manifestódromo en el que se ha convertido España es que estos grupos anarquistas del siglo XXI, hijos del progresismo del siglo XX, una vez hayan destruido al qué o al quién, se muestran incapaces de ofrecer una alternativa y de recuperar la normalidad, es decir, la norma. Chesterton lo explicaba así 100 años atrás: “Nos hallaríamos en una situación anárquica si todos tomáramos del aparador lo que nos apeteciera. Así comerían los cerdos si los cerdos tuvieran aparadores. En realidad no tienen hora fija para comer. Son notablemente progresistas: son cerdos”. Es decir: “el desorden realmente peligroso en esta incapacidad para volver a los límites racionales después de una extravagancia legítima”.
Traducido: la lucha contra la corrupción es honrada siempre que se trata de evitar futuras corrupciones, sin exageraciones interesadas y sin distinguir entre las corruptelas de unos y la de otros.
El problema de la anarquía es que siempre conduce a la tiranía. Y es que la única forma de detener a quien sólo pretende destruir o al que ofrece presuntas soluciones imposibles -otra manera de destruir lo que hay sin alternativa- es pararle los pies bruscamente. Y es entonces cuando llega la tiranía de la violencia. Esto es lo que va a ocurrir con los famosos escraches, que no es sino una forma de matonismo contra quien no nos gusta. Al final, el Gobierno, justo o no justo reaccionará cada vez con más dureza, porque se trata de hechos inadmisibles.
Por cierto, en este movimiento anarquista prima la izquierda, ciertamente, pero también hay elementos procedentes de la derecha. No hay revolucionario más pendenciero que el burgués empobrecido al que se le han arrebatado sus galones.
El anarquismo es hijo del progresismo y el principal enemigo de ambos no es la derecha sino el Cristianismo, porque Cristo, fuese o no socialista como dicen algunos, desde luego no fue anarquista. Lo mismo que Satanás, Cristo aspiraba al Trono. Levantó una nueva autoridad frente a la antigua, pero para ello utilizó mandamientos positivos y trazó un plan comprensible.